Árbolcidio

Columnas y Artículos

Hace algunas semanas, hubo un asesinato en plena Plaza de Armas de la Comarca de Ensueño. Fue planificado entre cuatro paredes y al momento de su ejecución, la víctima estaba completamente indefensa, a pesar de su gran fortaleza y profunda sabiduría de más de un siglo de vida.

Falleció donde había vivido toda su vida. ¿Su nombre? Pino Canario (Pinus Canariensis), y era un viejo habitante del sector, mudo testigo de cuántos rituales religiosos, cívicos y militares que se han realizado por cientos de años. Era además, un fiel oyente de los discursos políticos que fueron explicitados por distintas generaciones de alcaldes y gobernadores. Y ante su presencia, nacieron múltiples idilios, cuyos profundos sentimientos fueron bendecidos con su silencio.

Actualmente, ya casi nada queda de él: sólo sus raíces y un segmento de su base que aún exhala un agradable aroma a leña. ¿Qué representa esta imagen? Es difícil de describir, pero genera tristeza ante una injusticia imperante con el mundo vegetal. Más aún cuando al contemplar sus restos, se observa que estaba en óptimas condiciones de continuar con su existencia.

El problema es que este caso no es algo aislado: ocurre constantemente y su máximo nivel de degradación se alcanza cuando se arrasan con miles de hectáreas de bosque, las que desgraciadamente suceden cada año por los incendios forestales o las talas indiscriminadas. Si en pleno siglo XXI, el cambio climático es ya una realidad, ¿cómo aún se sigue procediendo con este tipo de ejecuciones?

Ante esto, llama la atención la falta de sensibilidad ecológica de las autoridades que nos gobiernan. La decisión fácil y rápida para ellos es talar un árbol y no reconocer la dignidad de su existencia, ni su vasta trayectoria vital. Como estaba levemente inclinado, se “debía” talar lo antes posible, cuando en realidad se pudieron haber tomado una serie de medidas para impedirlo como apuntalar zonas críticas, crear un área de protección que lo circunde, o cortar algunas ramas que representen un peligro eventual; entre otras tantas más que algún experto en la materia podría haber sugerido.

Incluso, tampoco hubo una participación ciudadana al respecto. Los árboles de la Plaza de Armas deberían de pertenecer a quienes habitan la Comarca y no al arbitrio del edil del momento; el cual, cuando llegó a asumir su cargo, manifestó notorias diferencias con su antecesor; al decidir, por ejemplo, que se colocara música clásica en el ágora, con lo cual daba la impresión de ser una persona con sensibilidades artísticas y estéticas de alto nivel.

Sin embargo, los hechos demostraron lo contrario. Y el daño es irreversible. Ha sido un árbolcidio, el cual quedará impune porque casi nadie valora a los árboles.

Ante lo poco que queda de este Pino Canario, está un odeón bastante deteriorado que inspira profunda letanía por un tiempo que ya no volverá. Y no muy lejos de lo que queda de esta estructura, se encuentra un monumento nacional en estado de máxima fragilidad, desde cuyo segundo piso se asoma por una vieja ventana un esqueleto humano de cartón que pregunta con ingenuidad por el pago de la deuda histórica del Estado a los profesores.

¿Y cuándo será pagada la deuda histórica de la sociedad a los árboles?   

Texto y fotografía: Patricio Balocchi Iturra

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