La ciudad crece, crece y crece. Ya dejó de ser pueblo. Ya dejó de ser una comarca que rimaba con su entorno natural y rural. Ha perdido su inocencia de pueblo pacífico y se ha entregado a los pecados de las grandes ciudades: mayor congestión vehicular, mayor contaminación (atmosférica, acústica y visual), aumento de patologías psiquiátricas en la población (diversos trastornos depresivos y ansiosos), deterioro de la vida de barrio, fealdad arquitectónica, donde antes hubo un bello inmueble digno de haber sido preservado y monumentos nacionales abandonados que se encuentran al borde del colapso ("está viejo, da lo mismo", suelen decir muchos).
Existe además una tendencia a la indiferencia de las autoridades políticas y de la ciudadanía en general ante la protección del patrimonio cultural, lo que contrasta con el entusiasmo masivo ante un progreso que es aceptado con fervor. Camiones, retroexcavadoras y aplanadoras han anunciado la "Buena Nueva" de una expansión que tiende a la desproporción. Sin embargo, su poder de encandilamiento impide percibir su lado más oscuro.
La ciudad está cansada y estresada. El jardín que la circundaba y oxigenaba en otros tiempos ha sido cubierto de cemento. Poco queda de este edén. Lo que sobrevive está amenazado por camiones de alto tonelaje en cuyas entrañas se incuba esa masa viscosa y grisácea que sigue cubriendo y ahogando a la fértil tierra.
La ciudad crece, crece y crece, pero su identidad se empequeñece cada vez más.-
Patricio Balocchi Iturra