Primavera y Destino

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Desde antes del inicio matemático de la primavera, esta bella estación se expresa de manera incipiente a partir del florecimiento precoz de algunos árboles como aromos y ciruelos.

Copas arbóreas amarillas y rosadas, dan vida a una sociedad opaca y marchita por carecer de valores patrimoniales identitarios, más que por el efecto de un invierno al que es fácil de condenar.

Sin embargo, muchos árboles no pudieron florecer. Desgraciadamente, fueron podados de manera brutal: casi sin ramas extendidas al cielo, parecen fantasmas suplicando con desesperación. En otros casos, ni siquiera sobrevive una pequeña ramificación: sólo queda el tallo –despojado de toda belleza y dignidad-, como un ser viviente absolutamente mutilado. Ante esta calamidad, es que toma fuerza el concepto de “muerto en vida”.

Quienes podan estos árboles, suelen ser primates de diverso origen. En ocasiones, pueden ser empresarios privados que toman decisiones propias ante un bien público (un árbol, para el caso), ya que este cubre el letrero de su negocio. En otras, son primates contratados por otros primates pertenecientes a una institución pública o privada y que se limitan a cortar o talar sin considerar aspectos estéticos y de dignidad vegetal.

Afortunadamente, cabe agregar que hay cuadras completas en que no se procede a este tipo de podas. La razón, es la absoluta ausencia de árboles. En dichas cuadras, es posible observar sólo postes del alumbrado público (sobrecargados de diversos tipos de cables) y algunas señales del tránsito. ¿Los podadores del futuro serán sólo aquellos que se dediquen a cortar cables en desuso?

A lo anterior, hay que añadir cómo la gran masa de primates se desplaza por la selva de cemento: lo hace conectada a un mundo digital, absorta de un consumismo desenfrenado y cada vez más en sus vehículos motorizados; lo que facilita la ignorancia o la indiferencia a su antigua matriz hogareña.

De esta manera, las grandes ciudades crecen y se adaptan al parque automotriz, dejando al parroquiano de a pie reducido a un espacio cada vez más desagradable para caminar. En pleno siglo XXI, ¿corresponde que se sigan incentivando este tipo de ciudades? ¿Cuál es el límite? Y de seguir por esta actual senda, ¿qué precio pagaremos como sociedad? ¿O ya lo estamos pagando?

A pesar de todo lo anterior, la bella primavera debería cautivar en algo en el ser primate y en su existir como tal. Aromas, colores, cantos de aves y bellos insectos evocarían un mundo natural que nuestros ancestros pudieron habitar de una manera poco comprensible para el primate posmoderno. Ante esto, cabe formular la siguiente pregunta: ¿serán en vano los millones de años de aparente evolución?

Si la sociedad actual pudiera transitar por un camino bordeado de hileras de árboles florecidos, quizás sería posible encontrar el Paraíso Perdido de una manera menos traumática. Pero hemos sido nosotros mismos los que destruimos la ruta –al punto de borrar sus huellas-, para terminar finalmente extraviados, quizás hacia la eternidad, en el laberinto de la existencia.

Patricio Balocchi Iturra  

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