El año no se nos va, es un ciclo de tiempo que dejamos ir

Columnas y Artículos

Navidad y Año Nuevo tradicionales celebraciones con significados cada vez más olvidados.

Siempre es parecido, como que fuese incorrecto hurgar en los significados más profundos de las celebraciones y fiestas. Termina otro año y vienen los “inventarios finales de los hechos, de las obras físicas, del cumplimiento de metas y objetivos, que sin duda también marcarán nuestra eficiencia que tal vez se acerca con mayor optimismo al logro de una buena evaluación”.

Pero las evaluaciones nada considerarán o muy poco “sobre cuánto amó nuestro corazón, cuánta fraternidad construimos y cuánto menos observamos, criticamos o condenamos; y cuánta más hermandad, justicia y comprensión entregamos”.

Las empresas suelen entregar sus balances anuales donde explicitan principalmente sus utilidades, no aparece allí el trato que le dieron a sus trabajadores, tampoco la tristeza o frialdad de los despidos que ocurrieron o podrían ocurrir, o las condiciones en que estuvieron esos trabajadores.

Las necesidades y los valores no siempre tienen un cruce armónico entre utilidad material y utilidad humana y ética. Entre poder y sencillez (o humildad) valóricamente puede haber un puente humano comprensible. Alejandro Magno “consulta a Diógenes, quien dormía en una tinaja rodeado de perros, si podía hacer algo por él, a lo que responde: Si, apartarte, que me estás tapando el sol.” Cómo este hecho indica que la sencillez y el poder pueden entenderse si el valor humano está en el centro de una mental justicia. (Después Magno habría dicho: De no ser Alejandro, habría deseado ser Diógenes). La sencillez había puesto en reflexión a quien ostentaba el poder.

Otro hecho para marcar aún más el sentido de esta columna, lo protagoniza Sócrates ( uno de los eternos), cuando en el año 339 ac, fue llevado a juicio por la ciudad de Atenas, acusado de pervertir a la juventud y alejarla de los dioses. Se le da elegir entre “renegar de sus ideas o ser condenado al suicidio por cicuta”. Eligió la muerte. (La defensa de un valor lo inmortalizó)

Seguramente cuando aparezca esta columna, ya habrá pasado la tradicional navidad. Y el bullicio infantil más las ofertas comerciales ya habrán amainado un poco. Las risas estarán contenidas, y el basurero ya se habrá llevado el amplio, variado y colorido papel que envolvió los regalos, muchos de ellos estarán presentes en los bolsillos de los papás a razón de las cómodas cuotas mensuales que pasarán para el año siguiente.

Habremos visto “Viejitos Pascueros; unos con fino calzado, otros solo con chalas u ojotas; unos con trineos mercedes Benz, otros en carretela o triciclos; unos traerán regalos del distinguido mal, otros del almacén del barrio. En definitiva, los negocios ganan, y las desigualdades sociales están marcadas en los regalos y sus precios. Felizmente la inocencia cosecha la alegría por igual en los niños, sea cual sea su condición social o económica.

La fiesta de navidad fue introducida por el Rey Haakon el Bueno en el siglo X, dice el antecedente. El pesebre, como símbolo cristiano, fue concebido por San Francisco de Asís. Por primera vez lo armó en un establo, con animales vivos, en la aldea de Greccio, vecina a Asís, en Italia. Se supone que el hecho ocurrió hacia el año 1200. Este segmento de la columna es indicativo de la sencillez inicial e histórica de la navidad, hoy convertida en un acto principalmente material, competitivo, peleando las ventas e importaciones invisibilizando el real sentido histórico y valórico de la festividad.

Esta será la última columna del presente año, ocasión propicia para agradecer a Nuestro Diario Sexta Región por la publicación de nuestros artículos, y por su intermedio a nuestros lectores, y por la labor informativa que cumple en nuestra región de O’Higgins.

Tenemos muchos desafíos a nivel país en el año que viene, seguramente habrá también momentos donde seguiremos dando nuestra mirada y opinión, siempre en principios de objetividad y respeto. Este año no se nos va es un ciclo de tiempo que dejamos ir. Vivir y soñar es perfectamente compatible. Amado Nervo lo marcó en la literatura universal: “Yo he vivido porque he soñado mucho”.

 

Germán Muñoz Castillo

        Profesor

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