La atmósfera terrestre tiende a teñirse de un gris pálido y es frecuente ver a lo lejos una columna de humo que se alza a miles de kilómetros de altura, como si una gran bomba hubiera explotado.
Lamentablemente, los incendios forestales han llegado para quedarse. Es imposible concebir una estación estival carente de este tipo de siniestros. Sin embargo, hay una serie de causas que contribuyen en su proliferación, tales como: la sequía, la expansión urbana y agrícola, la falta de educación en la mayoría de la población, la existencia de pirómanos (que la misma sociedad se encarga de producir) y la burocracia crónica de la institucionalidad que debe combatirlos.
Se aproxima el otoño y la Naturaleza cambia poco a poco su rostro. Pronto llegará el momento para caminar sobre las hojas marchitas. Sin embargo, ¿llegará el invierno? Hace tiempo que los dioses de la lluvia emprendieron su retirada: ya no quieren dar vida a una sociedad que se entregó a la decadencia moral. Si en los tiempos del Génesis, Noé tuvo que construir un arca para afrontar al diluvio universal; en un futuro, quizás no muy lejano, el Noé posmoderno tendrá que crear un oasis sobre la vasta superficie de un planeta desértico (¿Será en Marte?).
En la Edad Antigua, la bella e insigne Roma fue víctima de la locura de un emperador que la incendió sin piedad (¿Un romano aristocrático barbarizado?) Jamás ese personaje debió de haber sido investido para que ostentara el estatus que implicaba ese cargo. Es nuestro deber aprender de la historia y evitar que se repitan desastres ambientales y culturales.
Sin embargo, desde los inicios de la Edad Contemporánea, la destrucción de bosques, de edificios patrimoniales -e incluso del lenguaje- ha sido de manera descomunal. Por desgracia, en pleno siglo XXI, la mayoría de los individuos de la sociedad actual no se diferencian mucho de ciertos personajes funestos del pasado. En particular, a aquel emperador romano cuyo delirio de grandeza lo llevó a una profunda crisis de gobernabilidad y al colapso de su existencia. De manera análoga: ¿Nos estaremos acercando al abismo o ya iniciamos la brutal caída de la cual aún no somos conscientes? ¿Estamos ya sumergidos en el fondo del precipicio? ¿Por eso ya no es posible ver el cielo azul como antes?
Patricio Balocchi Iturra