Paraíso Perdido

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Por: Patricio Balocchi Iturra

En nuestro imaginario colectivo, la idea de paraíso se representa como un bosque extenso, apacible y pletórico de frondosidad, en el cual es posible vivir en paz. Se habita apegado a la Naturaleza y de manera inocente, como en un estado de eterna niñez.

Sin embargo, fuimos expulsados de aquel jardín. Desde el punto de vista de la religión judeo-cristiana, el pecado original es la fuente de nuestra condena; desde la ciencia, diversos cambios geológicos y climáticos obligaron a nuestros primitivos ancestros a abandonar la vida en los árboles.

El cambio fue brutal: de vivir protegido en las alturas, se tuvo que recorrer extensas planicies a merced del ataque de bestias carnívoras; y de degustar dulces frutos -que estaban "al alcance de la mano"- a hacerse carroñero (al menos por un tiempo).

Estos cambios fueron el punto de partida de un progresivo alejamiento en nuestra relación con los árboles. Si antes fueron fuente de protección y de recursos nutritivos vitales para nuestra sobrevivencia, la evolución a Homo Sapiens y el surgimiento de grandes civilizaciones, implicó en que fueran objeto de talas indiscriminadas e incendios masivos cuyas secuelas aún no dimensionamos como especie.

¿Cómo es posible que la mayor expresión del género homo sea tan insensible ante su primitiva matriz? Quizás como especie no hemos elaborado aún la herida que surgió tras la expulsión del paraíso. Nos hemos rebelado ante la Naturaleza de una forma nunca antes vista, y vivimos negándola aunque sea de manera ingenua.

Dicha negación se observa en la decadencia del diseño de nuestras ciudades. Se crean "soluciones habitacionales", para generar a la vez problemas sociales en barrios completos, que carecen de áreas verdes. Se construyen malls de grandes dimensiones que consumen una cantidad gigantesca de energía eléctrica, pero en los cuales ni siquiera es posible ver una brizna de pasto.

En cuanto a las calles y las veredas de una ciudad, estas suelen adaptarse al mundo automotriz. Donde antes había un bandejón central, en una avenida principal, ornado de bellos arboles, ahora no queda área verde por contemplar: se sacrifica ese espacio en honor al tránsito vehicular. Y caminar por las veredas de la mayoría de las ciudades, es una experiencia más bien desagradable: hay cuadras completas desprovistas de árboles y se camina a merced de la contaminación acústica y atmosférica que emite la fauna vehicular.

Lamentablemente, el mundo rural tampoco está al margen del déficit arbóreo. Si las grandes ciudades se han transformado en grandes plataformas de cemento; en los campos, hay cerros completos que han sido desprovistos de su flora nativa para establecer un monocultivo que enriquecerá el capital del propietario. Para muchos de ellos, la biodiversidad natural es un estorbo y debe ser eliminada. Nunca antes, nuestros bosques nativos habían sido tan arrinconados por el progreso como en la actualidad.

Al problema de la escasez de árboles, deriva otra dificultad: nuestra pérdida de identidad tanto natural como cultural. Lo anterior se evidencia en la preferencia de árboles foráneos por sobre los nativos, y la fealdad urbana no sólo se refleja en la arquitectura actual, sino que también en la forma en que son podados nuestros árboles. Es que en realidad, ni siquiera es posible de aplicar este concepto, ya que se opta por la mutilación a gran escala, dejando a la vista un triste paisaje.

Sin embargo, no todo está perdido. Algunas empresas de telecomunicaciones han creado árboles de plástico para adornar sus antenas. Quizás sea necesario agregar a los tres reinos existentes (animal, vegetal y mineral); un cuarto reino: el de los plásticos, cuya expansión sólo rivaliza con la del cemento (quinto reino).

El Homo Sapiens tiende a exigir dignidad, cuando él mismo es incapaz de proporcionarla. Se suele hablar hasta el hartazgo de "Derechos Humanos" cuando en realidad el concepto que más nos debería dignificar es el de "Derechos Primates". Nuestra evolución es un espejismo y estamos muy lejos de alcanzar la tan ansiada Humanidad, porque una cosa es haber sido expulsados del paraíso; pero como especie nos hemos precipitado al mismo infierno.

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