“Sólo soy un simple árbol nativo. Un ciudadano del reino vegetal de la otrora “Comarca de Ensueño”. Carezco de derechos políticos. He existido para cobijar a los zorzales y vivir en el profundo silencio”.
Este viejo quillay ha sido un fiel testigo de diversas generaciones de parroquianos que se han desplazado por sus dominios. Su noble presencia, brindaba una generosa sombra en la época estival y adornaba el paisaje urbano con su frondosa copa, (en una ciudad tan pletórica de cemento), cual oasis en un gran desierto.
Su única aspiración era querer extender sus ramas hacia el cielo. Ya cansado de respirar el aire enrarecido de una ciudad que olvidó su noble alma de pueblo, sus ramas se desplegaron con profunda paciencia hacia ese cielo tan enigmático y poético. Fueron varias décadas en que él cultivo con calma aquel ideal.
Sin embargo, sus virtudes no fueron suficientes para acariciar el cielo. Cometió el pecado de alzarse con ingenuidad y ese delito se juzga sin piedad. No había derecho a una poda estética. Su osadía implicó una sentencia irrevocable: la mutilación de una de sus principales ramas.
Ante lo descrito, para empeorar aún más esta lamentable condena, cabe tener en cuenta que este árbol se encuentra frente a un establecimiento educacional municipal. Entonces, la pregunta es: ¿Qué mensaje se ha de entregar a los niños de este colegio con esta imagen?
Árbol mutilado, en la esquina de la calle Negrete con Cardenal Caro.
Texto y foto: Patricio Balocchi Iturra