Una vida sobre dos ruedas
Por: Víctor León Donoso
Cuando resonaban las noticias de la Segunda Guerra Mundial, en un hogar de San Fernando nacía Héctor Pozo Villegas una persona que marca a muchos. Proveniente de una familia de ciclistas, su padre Nicomedes Pozo Soto había llegado de otros lugares a instalarse a la capital Colchagüina, donde se dedicó a la reparación de bicicletas en su local llamado “El Candado”, y claro también las andaba, en aquellas primeras décadas del siglo XX cuando estas recién se conocían, muchos en el campo “les tenían miedo o asombro”.
Eran tiempos donde el viaje en bicicleta era de forma aventurera por caminos de carretas, a mal traer y lleno de obstáculos, pero cumpliendo con llegar tanto a la costa como sectores cordilleranos de la región. En esta cultura ciclista creció Héctor, quien se subió a temprana edad a este transporte de dos ruedas, junto amigos circuló por los distintos caminos de la región, participando en variadas competencias, entre ellas una de las carreras más recordadas la que recorría San Fernando a Pichilemu, donde alrededor de 30 competidores con bicicletas de peso 12 kilos aproximadamente cubrían los 125 km en cerca de cuatro horas, por un camino que sólo en pocos tramos se encontraba pavimentado. Era la época donde el ciclismo tenía de momentos épicos y sacrificio extremo, y el romanticismo por el gusto de participar era más fundamental que el propio triunfo. Este ímpetu de joven lo hizo ganar varias competencias en la región logrando ser apodado por sus compañeros como “Piernas de acero”.
Otras de las míticas carreras del ciclismo chileno en las cuales compitió Héctor Pozo fue la Vuelta a la República en la década del ´50 en ella avanzan durante varios días desde Chiloé a Santiago, la cual luego fue llamada Vuelta El Mercurio y terminó con el nombre de la Vuelta a Chile, en todas estas también estuvo presente.
Para su hijo Marco (también ciclista destacado) la inspiración fue significativa en su vida: “recuerdo que cuando chico en el Campeonato Nacional de Concepción en 1984, en un circuito en San Pedro de la Paz. Yo estaba en la galería para ver mejor la llegada, y veo a lo lejos de forma borrosa el pelotón que se acercaba, luego cuando ya quedaban 200 a 300 metros distingo a mi papá que venía ganando. Ahí yo pego un llanto de alegría, una cuestión que me marco mi infancia. Salí corriendo de la galería, a seguir a mi papá que había salido Campeón de Chile Master en esa época”.
Luego al otro año Héctor repitió la hazaña en el XVII campeón de ruta en San Fernando, donde existía un circuito que conjugaba la carretera norte sur, y la avenida Bernardo O’Higgins, coronándose dos años seguidos campeón nacional.
Todo lo anterior provocó transformarse en un símbolo del ciclismo nacional, pero el recuerdo no solo estará ligado al deporte, su vida también se une al trabajo en fierros, donde se dedicó a la enseñanza por algunos años en el Liceo Industrial de San Fernando, pero siempre ligado a su taller de metal mecánico, donde adquiere el respeto y la amistad de muchos, sus trabajos eran entregados en varias comunas de O´Higgins.
Quizás parece curioso, pero aún recuerdo cuando una mañana desde la escuela “Uno” asistíamos a la avenida a ver esta competencia de la mano de nuestra maestra Irene, yo con ojos de niños me asombraba de estos competidores de muchos colores, que rodaban por las calles de la ciudad y alegraban al público, quizás también movió en mi esta atracción por este deporte.
Han pasado algunas semanas desde que este ciclista histórico de la región ha dejado este mundo, luchó como en cualquier carrera de ruta hasta el último minuto. Hoy los recuerdos y legados deportivos serán parte de la memoria colectiva de nuestro territorio, en esa memoria donde aquellos deportistas y grandes personas se confunden como hazañas de héroes griegos.