Renovada esperanza en torno al nuevo año

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Ya estamos en la cuenta atrás para cerrar el año, que, a pesar de todo, genera deseos de que el nuevo será mejor. Aflora de manera casi espontánea la esperanza, como actitud o disposición habitual por la que confiamos lograr algo bueno o deseable en un futuro, a largo o corto plazo, que vemos como probable. Nuestras esperanzas son deseos de una vida mejor, de logros personales o sociales de orden material o espiritual, o esos anhelos profundos de ser mejores personas y superar los vicios o defectos. En el fondo anhelamos ser salvados: de los males que nos aquejan, de la pobreza, las injusticias, de nuestras miserias o vicios o nuestros yerros.

Esta confianza radica en varias fuentes. Una son nuestras fuerzas o cualidades, que a veces fallan y que, tarde o temprano, desaparecerán. Otra es que tenemos ayudas; por un lado, de otras personas que nos impulsan a dar lo mejor o, por su vocación de servicio, contribuyen al bien común. Pero también aquí sufrimos muchas decepciones. Hace falta una raíz que no falle. Precisamente es lo que hemos celebrado en la Navidad y prolongamos hasta el 1 de enero, lo que proporciona una certeza distinta: en Cristo, Dios se compromete con nosotros con Su nacimiento, vida y entrega, y nos trae esa salvación que en el fondo deseamos. Esta no es una esperanza meramente natural, sino que es elevada y transformada en una virtud sobrenatural, por la que esperamos gozar de las promesas del Salvador. Y aquí encaja todo: Aquel que ha puesto en nosotros los deseos de felicidad perfecta, ha de poder hacerlos realidad. Por eso tiene sentido, y mucho, sentir cada año tantos deseos y anhelos, porque no podríamos vivir sin ellos, pero más sentido tiene saber que Dios se compromete con nosotros para lograrlo. Sólo hay que acogerlo, y dejar que nos salve para poder hacer partícipes de esa salvación a cuantos nos rodean.

Creo merece la pena abrirse a esta esperanza en la “revolución” de Dios, de amor, no de odio ni violencia, puede transformarnos a nosotros y a nuestra sociedad. Todo encaja.


Esther Gómez de Pedro
Directora Nacional de Formación e Identidad

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