Por Víctor León Donoso
“Durante gran parte de la historia humana, la noche ha sido una tiniebla solo traspasada por el resplandor de las hogueras, la llama de una lámpara, la claridad de la luna llena”. (Jane Brox)
A mediados del siglo XIX, se dio inicio a la vida nocturna, cuando se iluminaban las calles con luz de gas, permitiendo prolongar las jornadas de trabajo, haciéndolos más extenuantes, también las prostitutas exhibirse afuera de los prostíbulos, y los hombres quedarse más tarde en las tabernas o bares.
Los bares se fueron transformando en centros sociales, en especial para las clases populares, allí eran las instancias para desahogar las penas o festejar alguna alegría, también para organizar alguna mutual o sindicato, o formar un club de un nuevo deporte como el fútbol. Como indica el filósofo chileno Humberto Giannini, el bar será el lugar de las conversaciones, de las confesiones, donde el tiempo es indivisible, cualitativo. Se mide en las botellas de vino que se toman, no en el tiempo mundano.
A inicios del siglo, XX estos locales nocturnos eran centro de polémicas y críticas, debido al afán civilizador. En la prensa sanfernandina de 1912, se comentaba: “Sabemos de buen origen, que las autoridades locales, y administrativas han acordado erradicar, sin excepción, todas las casas de tolerancia al oriente de la línea férrea”. En 1925 se regula el funcionamiento de estos espacios, con el Reglamento de Casas de Tolerancia de San Fernando.
A pesar de las restricciones, estos centros nocturnos, serán frecuentados por las distintas clases sociales, emplazadas especialmente cercanas a la estación de ferrocarriles, en la calle Urriola. Uno de esos emblemáticos locales comenzó su funcionamiento a fines de la década de 1950, siendo reconocido hasta el día de hoy. Su única dueña y gestora de este espacio ha sido Laura de las Mercedes Cuevas Leiton conocida por la comunidad como “La Tía Leo”, nacida en Curicó el 13 mayo de 1938.
A temprana edad (9 años) viaja a Santiago, donde trabaja como empleada, además comienza su pasión por el balonpié, arrancándose en varias oportunidades al estadio a ver a Colo Colo. Su cercanía con un tío baterista la llevaron a los espacios nocturnos, instándola a cantar, tocar batería, y luego comenzar a montar su propio show, entrando al mundo de los clubes nocturnos. Uno de ellos la trajo al local “La Piragua”: “Me gustó San Fernando, llegué a la Piragua, ahí estuve varios años. Ahí con la finá Norma llegaba harta gente a bailar, tenía mucha gente conocida. Ahí funcionaban con orquesta. Luego como en el año 1956 llegue a este lugar, lo arrendaba primero y luego la compré. El dueño era un peluquero. Esta era una casa particular, yo lo hice todo nuevo. En ese tiempo esta calle tenia harto movimiento, al frente estaba el Fortín ferroviario, ahí peleaban box”. Posteriormente del trabajo en La Piragua, arrienda un local denominándolo “Colón” haciéndolo restaurant y pensión, en él realizaba recepciones a distintos gremios. Al poco tiempo, transforma el espacio en un centro nocturno, que permanecerá incólume a pesar de las distintas circunstancias sociales, económicas o políticas que han afectado a nuestro país, noche tras noche sus clientes frecuentaban el local, no importando muchas veces las adversidades: “Después del golpe de estado trabajábamos a escondidas, llegaban y se iban después a escondidas, eran señores de fundo de Chimbarongo, de Rengo, de gente del campo”. La década de 1960, estos locales nocturnos tendrán su máximo de esplendor, recordados con sus particulares nombres “el de la finá Chofi, el del finado Tito y yo, en esta calle. Y en la otra calle, mi madrina que era la Cojita Lucha, la Piragua y la Tropicana. Ahora está todo cerrado, ahora solo yo, la única”.
El funcionamiento ha ido variando en el transcurso de las décadas, los show bailables, el sonido de las bandas de música, los clásicos clientes que llenaban constantemente las diez mesas el salón y que hoy llegan a dos o tres mesas por noche. Hasta el consumo de alcohol en los primeros años ligados al vino traído de Curicó, y en las últimas décadas el dispendio de las piscolas.
Laura recuerda y añora ciertos momentos: “El mejor tiempo fue cuando trabajaban aquí en el local veinticinco niñas. Al inicio eran puras niñas de acá de San Fernando y luego llegaron de afuera, hasta ahora. Las extranjeras hace poco.
Antes hacía show, donde era cantar y bailar, cantaba la Guadalupe del Carmen, mientras niñas bailaban, y con orquesta. Traía los show de Santiago, los iba buscar a una casa detrás de la Estación Central o en la Plaza de Armas, ya hace más o menos 5 años que no hacemos show. El que venía siempre era Zalo Reyes que era mi amigo, y la Guadalupe del Carmen. También traía humoristas, funcionábamos todas las noches, no parábamos. Siempre tenía gente.
Los clientes continuamente eran los mismos, por tanto se fueron haciendo amigos. “Aquí yo no aceptaba las peleas, así que peleaban en la calle, la idea era no tener problemas con la ley. Nosotros siempre hemos tenido buena relación con Carabineros”.
Esta mujer llamada Laura y conocida como La Tía Leo, quien crió y educó a tres infantes, y hoy se enorgullece de sus dos nietos, también es reconocida por la comunidad local, por su solidaridad en momentos complejos como desastres socio naturales donde estaba siempre atenta a las necesidades de los más necesitados: “Para las inundaciones de los 80 entró un poco el agua al local, en ese tiempo ayudaba a la gente dándole ropa. Ayudaba, a los más viejitos, les llevaba ropa, o les llevaba a los bomberos, y ellos la distribuían”.
Otro aspecto donde siempre se ha destacado Laura, es participar en las actividades colaborativas del Club Colchagua, o en viajes a Santiago a ver su club o la selección de fútbol: “Yo siempre he sido de Colo Colo, desde chica, pero también me gusta mucho el Colchagua. Yo le hacía eventos acá en el local, le hacía plata, y les ayudaba, realizaba colectas. Y con la Carmen, viajábamos a ver a Colo Colo en buses, en los que organizaba el chico Nene”
El paso de los años, ya se hace evidente, la pandemia también afectó al local, y Laura igualmente cree que le falta poco para terminar con el negocio: “Yo luego voy a vender, voy a colgar los guantes. Me quiero ir a vivir a mi casa, ya estoy cansada”. La denominada Tía Leo, hoy se siente más sanfernandina que nadie, y de forma reiterada agradece su relación con la comunidad y sus distintas instituciones, que la han ayudado en su local, generando lazos que para ella eran inimaginables. Ella mira fijamente y afirma: “No tengo ningún sueño que cumplir, todo lo he realizado, todas las maldades también, yo he pasado por todo”