Campeón de ajedrez de San Fernando, campeón universitario y semifinalista de torneos nacionales

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En memoria de Roberto Núñez Olivares (1950-2018)

Bienaventurados aquellos que tienen por amigos a personas que son cultores de la filosofía o amantes del pensamiento antiguo, apasionados por la música clásica o por la belleza de los números, porque estos seres, en la cotidianeidad de la vida, nos ayudan a ser mejores. Esa esencia inmaterial que los define y distingue, forjada en sus estudios de los más grandes pensadores y creadores, nos transmuta con su presencia y se hace carne en la palabra. Tan distantes en la otra orilla, para el común de las gentes, Kant, Schopenhauer, Hegel… ¡tan oscura el agua que nos separa de Pitágoras, Leibniz, Newton,…!

La presencia del amigo y la sabiduría que emana de su palabra son las flechas de anhelo que, impulsadas con amor y sabiduría, nos transportan a la otra orilla. Transitar por la vida en compañía de estas personas posee la virtud de conectarnos con lo mejor del espíritu humano.

Roberto Núñez Olivares (19 de febrero de 1950 - 11 de octubre del 2018), sanfernandino, apasionado por la música clásica, y la filosofía alemana, de los antiguos griegos y de las matemáticas, fue amigo, maestro y padre. Por añadidura eximio jugador de Ajedrez, universal juego metáfora del arte, de la política y de la guerra, del cual notables creadores, estadistas, conquistadores y filósofos han hecho su habitual práctica. Fue su vida la búsqueda incesante del “Secretum Iter” (camino secreto) del poeta latino Horacio (65-8) o “la escondida senda” de Fray Luis de León (1527-1591), por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido. Un vasto poema desplegado en las aulas del Liceo Neandro Schilling, en la Dirección del Trabajo, en el tablero mismo o en el café para Platón del día a día con sus amigos. De telón de fondo, su amada y maravillosa familia compuesta por tres luceros que, con fulgor personal y propio, durante toda su vida estuvieron a su lado. Su esposa Patricia Vargas y sus hijas Rebeca, de Profesión Enfermera, y Patricia, de Profesión Abogada.

Los ajedrecistas sanfernandinos de hace medio siglo, a la hora de definir al Campeón local, todos los años peregrinaban con auténtica devoción al Hotel Marcano, el Centro Español o la Unión Fraternal, templos locales de la diosa Caissa, musa del Ajedrez. Estos particulares feligreses trocaban oraciones por estudiadas aperturas y golpes en el pecho por manotazos desesperados en los relojes. Entre gambitos y contra gambitos, ataques a bayoneta y a descubierta, episodios surrealistas de peones premunidos de verdes cuchillos dando cuenta de sanguinarias reinas y mates de la locura o batallas de Armagedón con solitarios peones de aspiraciones regicidas y posiciones de Zugzwang, con la discreción y humildad que lo caracterizaron siempre, Roberto marcó ilustre presencia y alzó sus brazos en la victoria en cuatro inolvidables torneos: 1969, 1977, 1978 y 1979.  Campeón Local, invicto siempre, Roberto además fue Campeón Universitario 1975 en Talca por la Universidad de Chile y Semifinalista en el Torneo Nacional de Ajedrez de Chile 1972, 1977 y 1979. Roberto, con su ejemplarizante esfuerzo, dio su lucha propia para que el centro de esta gran Esfera de Pascal que es el Ajedrez, sea San Fernando. Los cinco campeonatos nacionales obtenidos por su gran amigo y frecuente contendor, el oriundo del Barrio San Martín, Carlos Silva Sánchez, demuestran que este sueño es posible. Sobre nuestros hombros recae el compromiso de hacer de nuestra ciudad una Armenia para Chile.

Beethoven, Czerny, Liszt y Krause es la estirpe pianística de nuestro Claudio Arrau, el más grande del Siglo XX. Liszt y Arrau fueron los favoritos de Roberto. El blanco y negro de los trebejos del Ajedrez en el blanco y negro del Piano, el instrumento rey, la esencia de la música clásica. Así como el virtuosismo de estos genios de la música se transmitió generación tras generación para llegar a Arrau, la dulce melodía de las piezas danzando en el tablero en nuestros templos locales de hace cincuenta años se ha abierto camino en el tiempo para ser depositaria en nuestros chicos de hoy. La estirpe ajedrecística de estos niños no es otra, sino que la de Roberto, Gerardo Viciedo, Luis Pérez, Raúl Pulgar, Manuel Villena, Alfredo Soto, Salvador Abusleme, Daniel Ibarra, Ramón Gutiérrez, Luis Castro, Javier Astorga. Cualquier vibrante golpe de pieza en el tablero hoy, es tan sólo una refinada réplica de jugadas ejecutadas por nuestros próceres antaño. Hijos del siglo XX, si hay un pensamiento que los pueda definir, es indudablemente el pronunciado por el gran matemático alemán David Hilbert en la aurora de su siglo: Debemos saber ¡Sabremos!. (En su tumba, en Göttingen, es su epitafio). Roberto y sus amigos, en la práctica del Ajedrez encontraron, para sí, la actividad más sublime de la mente humana. El Ajedrez llenó sus vidas. Memorables son los encuentros entre Roberto y el Campeón de Chile Carlos Silva. Tardes enteras en que el tiempo se escurría lentamente, de escaque en escaque, frente al tablero, como en un reloj de arena que carga con los granos del universo entero. O simplemente se detenía, hilando pensamiento tras pensamiento, jugada tras jugada. El tablero fue su suelo, la patria común de todos ellos, y la personal Jugada Inmortal, el vuelo al Olimpo, la morada de los dioses de este reino: Capablanca, Alekhine, Fischer, Spassky, Karpov, Kasparov.

Hace ya cuatro años, un día de octubre, Roberto nos dejó. Un lógico sentimiento de desencanto y desamparo se apoderó de amigos y familia. El mundo se mostraba de pronto, como “un valle hondo, oscuro, de soledad y llanto”, reincidiendo en el vate de Belmonte. Pero aquel día habíamos devuelto a la madre tierra un poema concluido. La mar puede estar bravía y los vientos, tempestuosos, más Roberto había dejado preparada su grey para enfrentar estos peligros. La barca, “cuando el cierzo y el ábrego porfían”, resistirá el mar tormentoso.

El azar nos favoreció y en esta coincidencia con Roberto, en el espacio y en el tiempo, fuimos todos bienaventurados.

Ilustración: Raúl Maraboli

Texto: Centro de Estudios San Fernando

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