Covid-19: Dar la vida por otro, un acto de amor

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Hace una semana el sacerdote Giuseppe Berardelli, de 72 años, falleció a causa del Covid-19, tras ceder el ventilador mecánico que su comunidad había adquirido para él, a un joven que no conocía. Ciertamente este sacerdote italiano sabía que su vida corría serio peligro al rehusar utilizar el respirador. Su acción fue un genuino acto de amor al prójimo.

Este no es el único caso de un adulto mayor que se sacrifica por un joven. Es más, ya se escuchan algunas voces sugiriendo y otras exigiendo que, ante la escasez de respiradores, los adultos mayores y/o ancianos debieran ceder su opción a los más jóvenes, pues esto no sería más que una forma de legítima eutanasia. Es, por ejemplo, el caso del médico holandés Frits Rosendaal, jefe de epidemiología clínica del Centro Médico de la Universidad de Leiden, y miembro de la Real Academia holandesa de Ciencias y Arte, para quien es inconcebible que se acepten ancianos, como en Italia. En Holanda, nos dice, solo aceptamos en la UCI pacientes que tengan "vida por delante".

¿Es esto así realmente? Vamos por partes

¿Por qué la vida de un joven tendría que ser más valiosa que la de un anciano? Esta idea tan extendida de que la vida de un joven vale más que la de un anciano, es un claro reflejo de la sociedad tecnocrática en la cual vivimos, una sociedad en que el hombre no es más que un homo faber, hecho para la producción, y que eleva la utilidad a la categoría de valor supremo. Tanto produces, tanto vales.

Como los jóvenes serían por definición productivos (lo cual no siempre es cierto) y los viejos serían una carga (lo cual tampoco es siempre cierto), lo lógico sería eliminar la carga. Los ancianos son considerados una mercancía caduca, cuya fecha de "utilidad" ya expiró. Sin embargo, si algo hemos aprendido de esta crisis, es el valor inconmensurable de toda vida humana, independiente de la edad, posición social o económica.

El caso del Padre Berardelli u otros parecidos en ningún caso puede ser considerado como eutanasia. Es muy diferente moralmente hablando, un acto voluntario, ante una situación dramática, de ceder su legítimo derecho a la salud (ocupar un respirador), a que un tercero tome una decisión por mí. Eliminar a una persona, por muy debilitada que esté su condición de salud o muy avanzada su edad, no se puede justificar como un acto de amor o piedad, más aún, cuando la víctima no la ha solicitado.

Recordemos los casos emblemáticos de Terri Schiavo o Eluana Englaro. Ellas fallecieron de hambre y sed después de agonizar más de una semana, pues se les negó incluso los cuidados paliativos (nutrición, hidratación y cuidados higiénicos). Como es sabido si se diera una situación de encarnizamiento terapéutico (que no es el caso del padre Bernardelli y probablemente no será el caso de un adulto mayor contagiado con coronavirus), lo prudente es dejar que la naturaleza haga su trabajo ("dejar morir"), sin descuidar los cuidados paliativos. Esta acción no es eutanasia.

Es dramático tener que escoger entre una vida u otra. Ojalá que ningún médico se vea enfrentado a esa situación, y si tuviera que hacerlo, ojalá que no sea la utilidad el único criterio de decisión.-

Dr. Eugenio Yáñez, director Instituto de Filosofía, U. San Sebastián

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