El paso inexorable del tiempo nos va señalando que vamos creciendo; también nos señala el transcurso de muchos acontecimientos, algunos que quisiéramos no ocurrieran. En las verdades supuestas, sólo hay una indesmentible, nacimos y debemos morir. Esta verdad llega de manera intempestiva, no avisa, no prepara, no es amorosa ni nos contiene.
Así ha ocurrido con el fallecimiento de nuestro amigo y colega Carlos Avelino Duarte Farfán, acontecido el lunes 30 de septiembre pasado. Se ha sentido en la comunidad de exalumnos liceanos, en instituciones en que él participó (clubes deportivos, en la Ramada, en el Tropezón), lloran hoy las canchas de fútbol de los barrios, de la Palma, del Lircunlauta, del Estadio Municipal, del Valderrama. Por allí transitó Carlitos en algún momento de su niñez y de su juventud. También los diferentes gimnasios y canchas donde practicó vóleibol y básquetbol y por supuesto nuestra pista atlética, cuyos fosos supieron de sus esfuerzos en los lanzamientos del disco, la jabalina y su prueba la bala.
Ese niño- joven que en triciclo repartía el pan a los diferentes negocios de barrio desde la panadería de los Arthus, allí en Curalí abajo. Ese joven que se entusiasmó y abrazó los ideales de OLIMPIA en un ya lejano año 1971, ese joven adulto que encontró su vocación en la enseñanza de la actividad física y de los deportes, estudiando la carrera y la pedagogía que enlaza y entrecruza la formación de niños y jóvenes como lo defienden Sócrates y Aristóteles en sus escritos; ese adulto ya profesional que entregó su corazón y alma en su Escuela de Educación Física en la Universidad Católica del Maule, en colegios y en el Club de Fútbol profesional Rangers. Ese ya adulto, querido por todos quienes le conocimos, ya no silbará más el “tutu---tutu—tutu” al llegar a la plaza o a las reuniones, anunciando que los integrantes de OLIMPIA se encontrarían, su imponente figura que irradiaba respeto y seriedad, su enérgico vozarrón, su compromiso, su resiliencia, el conjunto de valores que proyectó a sus pares y a sus estudiantes…ya no lo podremos observar, ver ni disfrutar. Con sus virtudes y defectos, ni mejor ni peor, un hombre distinto, diferente, que lo diferencia y lo hace único.
Quizás de sus múltiples enseñanzas, lo que su ejemplo de vida debe ser tomado por los humildes, los menesterosos, los sencillos, los más pobres, fue su capacidad de resiliencia y superación, ganarle al destino con la ayuda de sus familiares, respondiéndoles por el sacrificio que significaba que un hijo estudiara en la universidad. Se puede, podemos, Carlos lo demostró y con creces. Lo conocí de una perspectiva distinta, como compañero de curso, como compañero de asignaturas en la universidad, compañero de seminario de título. Mi viejo, resignación a tus hijas, a tu mujer, a toda tu familia y mis deseos que el Padre y amigo Jesús te reciba en su reino.
Profesor Cristian Villena Vergara