En la década de los años sesenta Don Diego Márquez Márquez (Curicó, 1900-San Fernando, 1987) descubrió en la localidad de Termas del Flaco icnitas o huellas de dinosaurios. Para la comunidad científica internacional este acontecimiento no pasó inadvertido.
Partiendo de la premisa de que cualquier sedimento que conservara huellas podía contener restos óseos de los animales que las habían dejado, en el verano de 1988, un equipo liderado por John J. Flynn, Presidente de la división de Paleontología del Museo de Historia Natural de Nueva York, emprendió a la zona un viaje de carácter exploratorio, con el objetivo de encontrar restos fósiles de micromamíferos contemporáneos de los dinosaurios de un tamaño no superior a las musarañas. Viajaron junto a Flynn, André R. Wyss, Académico de la Universidad de California y Reynaldo Charrier, Académico de la FCFM de la Universidad de Chile.
Por vez primera se buscaba de forma sistemática fósiles de animales terrestres en áreas montañosas de Chile. El grupo peinó las empinadas laderas que flanqueaban el río Tinguiririca dando con fragmentos de huesos y dientes pertenecientes a vertebrados terrestres del tamaño de un caballo pequeño. De acuerdo con la edad estimada de las rocas, correspondían a animales raros del Mesozoico, pero esto se contradecía abiertamente con la complejidad de los dientes hallados.
El descubrimiento de fósiles correspondientes a mamíferos poderosos, demasiado evolucionados, aumentó el interés del hallazgo, de tal forma que, en enero de 1989, un equipo de siete científicos muy bien apertrechados regresó al yacimiento fosilífero y reanudó la caza. Entre marsupiales, un perezoso primitivo, armadillos y roedores, más de 300 especímenes serían descubiertos en las campañas iniciales.
Análisis posteriores confirmaron que los fósiles procedían de avanzada la era Cenozoica, el periodo actual de la historia de la tierra. Los investigadores, desde un principio, conocían el valor de estos hallazgos, independiente que, desentrañar su significado, le tomaría años a la ciencia. Desde su lecto mortis, estos fósiles, conservados maravillosamente merced al torrente volcánico que acabó con sus vidas, hablarían por la boca muerta de sus hermanos extintos y serían fundamentales a la hora de desentrañar la historia de los mamíferos actuales de Sudamérica y esclarecer la cronología de la aparición de determinados ecosistemas. Con periodicidad casi anual se sucedieron las visitas de estos ilustres científicos a nuestra provincia. En Julio 2007 la prestigiosa revista Scientific American, en su edición N° 320, publicó el artículo “Mamíferos Desaparecidos de Sudamérica”, en el cual los autores, Flynn, Wyss y Charrier, dieron cuenta de especies únicas que antaño vagaron por nuestra tierra cuya evidente existencia cambiaba radicalmente la historia geológica del continente.
La labor abarcó una selección impresionante, pianissimo crescendo, de especies nuevas en miles de especímenes de mamíferos fósiles recolectados y restos de los roedores más antiguos del continente, fósiles que llenan lagunas en la historia de los mamíferos raros de Sudamérica y que demuestran la existencia de praderas que se adelantan en 15 millones de años de antigüedad a otras aparecidas posteriormente en el resto del mundo.
Los mamíferos extintos de Tinguiririca han devenido en una importante pieza del complejo puzle de la evolución de la fauna y de la historia geológica del continente, cuyo aislamiento ofrece un espléndido laboratorio natural para la investigación de los fenómenos evolutivos a gran escala.
“Fortuna y no apartar la vista del suelo” fue el lema de los expedicionarios. Más de una decena de yacimientos fosilíferos de alta ley fue la recompensa. “El azar favorece las mentes preparadas” pregonaba Louis Pasteur, pionero de la Microbiología moderna (otro cazador, pero de microbios).
Don Diego Márquez, estudioso y atento observador de la naturaleza, alertó de su hallazgo al Museo de Historia Natural de Santiago dirigido por Grete Mostny, Arqueóloga eminente de fama mundial por sus estudios acerca del Niño del cerro El Plomo (Mostny tiene un monumento a su persona en la Universidad de Viena ¿Cuántos científicos chilenos tienen una escultura erigida en su honor en una universidad europea?).
Una avalancha de científicos nacionales e internacionales protagonizaron en los años siguientes auténticos safaris a la Prehistoria en nuestra propia casa, particulares cacerías de criaturas antediluvianas prescindiendo de Anacronópete alguno (máquina del tiempo merced a la cual “puede uno desayunarse a las siete en París, en el siglo XIX; almorzar a las doce en Rusia con Pedro el Grande; comer a las cinco en Madrid con Miguel de Cervantes Saavedra y, haciendo noche en el camino, desembarcar con Colón al amanecer en las playas de la virgen América"). Con un final idéntico al breve relato de Ray Bradbury “El Sonido del Trueno”, desde el Valle de Tinguiririca se reescribió el pasado remoto cambiando las ideas del presente acerca de la evolución de los mamíferos y las transformaciones ambientales del continente, con el Efecto Mariposa de telón de fondo.
En el avanzado Cenozoico, hace decenas de millones de años, en las verdes praderas del Valle de Tinguiririca es tiempo de herbívoros con pezuñas similares a caballos y de notoungulados del tamaño de un hipopótamo en la silueta de antílopes, perezosos ramoneando de dimensiones comparables a las de un elefante y roedores del tamaño de un oso, chinchillas y pseudogatos. Antonio de Pigafetta, Cronista de la Expedición Magallanes –Elcano, uno de los 18 hombres que sobrevivieron al viaje de los 265 de la tripulación inicial, en ningún momento sufrió desvaríos ni relató ficciones en su “Relación del primer viaje alrededor del mundo” a su paso por Sudamérica. Quizás el natural de Vicenza tan sólo quedó atrapado circunstancialmente en un bolsón del tiempo y deambuló por estos lares.
Darwin Vega Vidal
Ing. Civil Electr./Uch.
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Centro de Estudios Jorge Barrientos
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