La ciudad de San Fernando se encuentra pronta a cumplir 300 años de vida urbana. Emplazada sobre una llanura de inundación -porque así lo quisieron los fundadores- sus autoridades y fuerzas activas han tenido demasiado tiempo para reconocer esta característica natural de la ciudad, que a lo largo del tiempo por falta de atención y gestión se ha transformado en la principal circunstancia de debilidad climática que registra hoy en día San Fernando de Tinguiririca.
Tampoco el modelo de crecimiento físico de la ciudad, ha tenido en consideración las potencialidades y aptitudes urbanas del entorno disponible, estrecho y limitado, a merced de los elementos y de los aparatos. Cuestión que la ha transformado en una ciudad de suburbios, una ciudad de calles y manzanas, que deviene por la actuación de los organismos públicos en una ciudad de de pasajes, rayando la condición pueblerina de baja densidad y mala calidad de los espacios públicos, sin áreas verdes, ni equipamientos como factores de prestigio funcional y estético, como ordenamiento y orientación.
Tampoco, el modelo aplicado por los planes reguladores comunales ha reconocido la identidad ni menos el destino de la ciudad, generalizando los crecimientos de igual modo para ciudades grandes y pequeñas, para ciudades de entornos agrícolas o desérticos, fluviales o litorales. Al final todos los desarrollos modernos de las ciudades chilenas son similares, desconociendo paisajes y valores diferenciadores del territorio, de las economías regionales y de las cualidades funcionales. El resultado no puede ser más desastroso que el que tenemos en la actualidad en plena transición climática, una ciudad de espaldas al peligro y por ello, de espaldas al futuro. Sobre la ciudad del trigo del pasado se instala la ciudad del vino del presente. Y si en el pasado los silos de los molinos dibujaban un horizonte de producción y destino, las uvas y sus vinos no han tenido el suficiente volumen estético para hacerse presentes en la ciudad, tal como es posible visualizar en Porto, Portugal o Coñac en la llanura fluvial del Charente, Francia, donde el vino impone cultura, estética y funcionalidad.
Por ello, el tratamiento paisajístico del rio Antivero – Talcarehue como una Alameda Inundable, se nos convierte en una oportunidad estratégica de futuro y también en un acto de recuperación del pasado porque todas las ciudades fundadas por el gobernador Manso de Velasco tienen sus alamedas activas, menos San Fernando. Oportunidad estratégica porque junto a la consideración urbana del curso fluvial que hoy no lo tiene, se esperan otros resultados que mejoren los pobres metros cuadrados que le corresponde a cada sanfernandina o sanfernandino en áreas verdes, muy lejanas de las recomendaciones de los organismos internacionales, no sólo por requerimientos estéticos y ambientales, sino por necesidades sanitarias. También otorgarle valores y propiedades icónicas a piezas constituyentes de la planta urbana de la ciudad, que los tiene pero no aparecen claramente identificados –Barrio Estación – Barrio san Martin – Barrio Lircunlauta- etc.- Hoy por hoy, no sabemos por qué un turista debiese ir a San Fernando. No hay elementos gravitantes que valgan un viaje de las ciudades del entorno ni menos de Santiago u otros centros urbanos regionales, como sí sabemos por qué debemos ir a Talca o Chimbarongo, Valdivia o La Serena.
Según proyecciones al 2050, la ciudad puede aspirar y ello hay que analizarlo como una oportunidad, a una población de unas 150 mil personas. Entonces, también la Alameda Inundable de Antivero se nos presenta como una estrategia de articulación del crecimiento físico de la ciudad y de mejora del espacio público mediante la arborización de las principales vías urbanas sanfernandinas.
Jonás Figueroa Salas
Arquitecto Urbanista – U. de Chile
San Fernando - 03.08.2023