Por: María Esther Gómez de Pedro, Directora Nacional de Formación e Identidad Universidad Santo Tomás.
En el Día Internacional de la mujer quiero recordar a una de las primeras feministas intelectuales de la historia: Catalina de Alejandría. Patrona de la filosofía, que disputó de igual a igual con los grandes filósofos de su época, fue mártir, tras convertirse al cristianismo donde encontró la Verdad que anhelaba por su amor a la sabiduría.
Suele pensarse la filosofía como exclusivo de la mente masculina, más proclive a la elucubración teórica, mientras que las mujeres somos más sensibles y concretas. Sin embargo, no es tan así. El que históricamente la mujer no haya tenido tanta ocasión para cultivar el “ocio”, ambiente para la filosofía, no quiere decir que no podamos filosofar; es más, la sabiduría es una virtud femenina, encarnada espléndidamente en tantas mujeres que captan lo esencial de la vida y la existencia. Hay que distinguir las circunstancias históricas y la historia – que no cuenta con tantas mujeres como hombres en la filosofía –, de la esencia misma, que permanece.
Seguro que el gran filósofo Tomás de Aquino, que murió en la cercana fecha de un 7 de marzo, compartiría esa afirmación porque distinguía lo esencial de lo accidental.
De hecho, fue capaz de afirmar que hombre y mujer poseemos igual dignidad por compartir la misma naturaleza personal, aunque tengamos diferencias que también nos enriquecen recíprocamente; por eso no seríamos competidores, sino complementarios.
El Santo establece esta verdad a pesar de que en su época -siglo XIII- las afirmaciones históricas sobre la mujer apenas habían avanzado desde la época de Aristóteles.
Tomás de Aquino lo sabía bien: tuvo una madre enérgica con gran sentido práctico y varias hermanas, a las que, por cierto, enseñó teología y con las que filosofó, como hizo santa Catalina de Alejandría en el siglo IV y tantas otras.