«Dime y lo olvido, enséñame y lo recuerdo, involucrarme y lo aprendo», Benjamín Franklin.
Marzo, más allá de las obligaciones económicas que tradicionalmente nos trae y a pesar de que es ya el tercer mes del año, tiene para la mayoría de las personas un sabor a nuevo comienzo. La reanudación del año escolar es un componente muy importante de este reinicio ya que convoca a niños y jóvenes, también a los profesores y en general a los trabajadores de la educación a retomar las actividades de formación formal en escuelas, liceos, centros de formación técnica, universidades y otros centros educacionales. Por cierto, también es un reinicio para las familias de todos los involucrados que hacen esfuerzos para que la formación de los que se educan sea fructífera y les aporte conocimientos, habilidades, actitudes que les permitan desarrollarse para tener una vida plena y feliz.
La educación, es también una actividad importantísima para toda la sociedad ya que debe aportar decididamente a la formación de verdaderos ciudadanos, conscientes de su rol y responsabilidad en nuestra comunidad, empáticos en su relación con las otras personas y activos participantes del destino de nuestra vida común.
Chile desde hace ya un largo tiempo ha tenido una preocupación preferente por la educación, su calidad y las posibilidades de acceso igualitario a está, más allá del origen socioeconómico de los que acceden a ella. Sin embargo, esta es una aspiración insatisfecha.
El actual sistema educativo nacional tiene su origen en los años 80 en una de las reformas de la dictadura; la Ley de Descentralización, Municipalización y Privatización de la Enseñanza, que implicó estructuralmente un cambio en el financiamiento, desde un subsidio a la oferta a un subsidio a la demanda (no se asigna el financiamiento por institución educativa sino que se financia por el número de alumnos que se matriculan en dichas instituciones), así como también, el traspaso de administración y aspectos menores de escuelas públicas primarias y de enseñanza media técnico profesional a gremios empresariales, lo que refleja un claro intento de privatización.
La consecuencia directa ha sido un creciente proceso de segmentación socioeconómica de los establecimientos, ya que las escuelas públicas tienden a concentrar a los estudiantes vulnerables, mientras que las escuelas subvencionadas incluyen a estudiantes de nivel medio-bajo, medio y medio alto, y las escuelas privadas atienden a los estudiantes de la élite.
A nivel social, en nuestra vida diaria, esto trae graves consecuencias y ha venido a exacerbar las características más negativas de la sociedad chilena: la fuerte segregación social, el individualismo exagerado, la falta de empatía social y solidaridad. A su vez, al menos en parte, aquí encontramos el origen de las incivilidades que tanto nos afectan: grave tensión social, conductas violentas, antisociales y delictivas, más un largo etcétera.
Si bien se han hecho esfuerzo por cambiar la realidad de nuestra educación, estos no han sido profundos y no han afectado la lógica mercantilizada del sistema, su financiamiento, organización y funcionamiento interno, y las medidas tomadas no han potenciado la eficiencia, la eficacia y la inclusión, y tampoco el Estado ha jugado un verdadero rol garante en el proceso educativo, garantizando que la educación sea un derecho social.
Sabemos que la educación, por sí sola no puede hacer milagros mientras no se produzcan cambios en la estructura sociocultural y económica de la sociedad que apunten a reemplazar la competencia por la solidaridad y la formación por la educación.
Hoy, con un gobierno elegido para llevar adelante cambios transformadores reales, esperamos que nuestras autoridades retomen de manera decidida y valiente la tarea de construir un sistema educativo que sea capaz de entregar a todas y todos nuestros niños y jóvenes una educación integradora, de calidad y con acceso justo e igualitario.
GABRIEL ROJAS OYARCE
Contador Auditor