Llega marzo y comienza un nuevo año escolar. Muchas familias se ven aliviadas por volver a sus rutinas laborales y domésticas al ver partir a clases a sus hijas e hijos, pero siempre va acompañado del estrés que significa la demanda económica que recae sobre ellas por los gastos en uniformes, útiles escolares y otras exigencias que realizan la mayoría de los establecimientos educacionales en Chile.
Si bien, en madres, padres y apoderados aún es predominante el valor de la educación en la formación y futuro bienestar de sus hijos e hijas, año tras año cunde la desesperanza de que asistir a la escuela y liceos da lo mismo que no hacerlo. Por ello son tan dramáticas las cifras de deserción escolar, más de 50.000 entre el año 2021 y 2022, el total de personas entre 5 y 24 años no escolarizados que llega a 227.000 y que más de 1.200.000 estudiantes (40% del total) presentan una inasistencia grave.
Niñas, niños y jóvenes enfrentan el regreso a clases con emociones mixtas. Alegres y contentos por volver a encontrarse con sus amigas y amigos, poder compartir juegos, historias y experiencias de las vacaciones. Reticentes de entrar a sus salas de clases por la desmotivación que significa el método pedagógico predominante en nuestro sistema de un docente que expone y estudiantes que se suponen deben aprender.
A pesar de que la educación es un derecho consagrado en nuestra Constitución, y que se cumple por cuanto ningún estudiante de básica y media se queda sin matrícula, y que esos doce años son obligatorios, nos enfrentamos a la realidad antes descrita con intervenciones menores, sin entrar al fondo del problema, que es la única forma de revertir la tendencia observada.
Como sociedad necesitamos enfrentar con decisión el desafío de hacer realidad la promesa de la educación. Para ello, debemos realizar profundos cambios. Hacer realidad los principios inspiradores de la Ley General de Educación (artículo 3°) es un desafío, entre los que destaco los tres que considero más importantes:
“Calidad de la educación: Todos los alumnos, independientemente de sus condiciones y circunstancias, deben alcanzar los objetivos generales y los estándares de aprendizaje que se definan en la forma que establezca la ley”.
“Equidad: Todos los estudiantes deben tener las mismas oportunidades de recibir una educación de calidad”.
“Educación integral: El sistema educativo buscará desarrollar puntos de vista alternativos en la evolución de la realidad y de las formas múltiples del conocer. Deberá considerar los aspectos físico, social, moral, estético, creativo y espiritual, con atención especial a la integración de todas las ciencias, artes y disciplinas del saber”.
No es dinero lo que falta, si bien siempre el contar con más recursos es bienvenido, sino que falta decisión política para, en primer lugar, remover las anquilosadas estructuras del Estado que frenan los cambios por considerarlos ideologizados. Pero qué más ideologizado que tener un sistema que sigue reproduciendo un modelo productivo y social ineficiente, que se nutre de mano de obra barata y de personas que no entienden lo que leen, ni desarrollaron las capacidades de pensamiento crítico.
Marcelo Trivelli, Fundación Semilla