Luis Lizana Guerrero, su notoria risa hizo nacer un mar de lágrimas en su partida…
…Ya han pasado un par de semanas de la muerte y despedida multitudinaria de Luis Lizana Guerrero. El Pavo, como gentilmente muchas veces el mismo se presentaba. Nancagüino, de sonrisa ancha y fácil. De mirada fija e invitadora a la gentileza, a la sencillez, al traspaso de un afecto espontáneo, permanente y bullicioso.
Cuando reía, que era casi siempre, el sonido de esa risa rozaba el cielo y rompía los silencios. Siempre estaba, aquí, allá, más allá. Siempre estaba.
Lo vi usar el sombrero de huaso, pero también la “toque blanche” sirviendo una mesa o dando vuelta un asado. El tacón de sus zapatos de huaso lo elevaba un poco del suelo; y su hombro recibía el exiguo peso de los copihues y los vivos colores que adornaban su chamanto.
Luis Lizana Guerrero, El Pavo, siempre estaba. Siempre estuvo. Allí emprendiendo en un restorán, allí en la barra de un bar atento y amable; o animando el fuego para ubicar los anticuchos en septiembre, particularmente en fiestas patrias; o esparciendo el aserrín en la pista la que recibiría los zapateos cuequeros de quienes visitaban su fonda o su carreta.
Lucho Lizana viajaba por la vida, pero no era indiferente a su circundante mundo. “Mi viejo querido”, expresión que sonaba permanentemente por las veredas de su pueblo transmitiendo afecto y alegría.
El respaldo y cariño por las tradiciones criollas chilenas, enmarcadas en el rodeo lo llevó a preparar el espacio para ese deporte, construyendo una Medialuna en el sector de La Orilla de Nancagua. Mismo lugar donde sus huasos amigos le dieron el último paseo, antes del viaje eterno, donde sin duda debe haber marcado por lo menos unos ¡cinco puntos güenos!
Tuve la oportunidad de compartir con Luis estos últimos ocho o diez años, y guardo de él su pundonor para emprender, la palabra sencilla y conducente, el muto respeto y su eterna risa, que resonaba en el lugar que se encontrara.
De su bondad permanente dará cuenta el silencio y la prudencia. De la labor construida dará cuenta su recuerdo. Del cariño y la amistad recibida de él, dará cuenta esa flor que por siempre adornará su tumba. Y de las cruentas y horribles manos de sus asesinos deberá dar cuenta la justicia, y el universo se encargará por siempre de dar una pesada carga a sus conciencias.
La imagen de afecto quedará en el féretro marcado con tristeza en los hombros de sus amigos, que cargaron su cuerpo inerte en sus últimos minutos en la tierra. Amigos sencillos, la tristeza marcada en sus sombreros negros, y sacudiendo las lágrimas sus coloridas fajas con olor a humildad de los hombres del pueblo, conocedores de estribos y rebenques; sus monturas de paz transportando el tiempo y eternizando el recuerdo del amigo. Sus lágrimas sin duda regarán el árbol del recuerdo, y las ramas de éste conservarán el tono de su voz y la inolvidable risa del amigo ausente que estará presente.
Germán Muñoz Castillo, Profesor