Por: Ángelo Guíñez Jarpa, escritor e investigador católico.
* 2 Timoteo: 4,3. Pues vendrá un tiempo en que no sufrirán la sana doctrina; antes, deseosos de novedades, se amontonarán maestros conforme a sus pasiones, y apartarán los oídos de la verdad para volverlos a las fábulas. Nuevo Testamento, Nácar Colunga, 1959.
Continuando el artículo anterior, empiezo con un dicho antiguo que tenían quienes despedían a los misioneros: “Esperamos volver a verles en un relicario”. Para quienes conozcan la vida de San Ignacio, o hayan visto la película La Misión, pueden aquilatar la fuerza católica y el desprendimiento de sus bienes terrenales en pos de la evangelización para la salvación de las almas. Son innumerables las gestas heroicas de mártires que defendieron con sus vidas a la Santa Eucaristía, y es imposible no pensar en cómo la defendemos o tratamos hoy en día. El Concilio de Trento del Siglo XVI, encargado de defender la fe del protestantismo, fue enfático en determinar verdades absolutas que en estos días vemos relativizadas, tales como…
CANON III. Si alguno negare, que en el venerable sacramento de la Eucaristía se contiene todo Cristo en cada una de las especies, y divididas estas, en cada una de las partículas de cualquiera de las dos especies; sea excomulgado.
CANON XI. Si alguno dijere, que sola la fe es preparación suficiente para recibir el sacramento de la santísima Eucaristía; sea excomulgado.
CANON IX. Si alguno dijere, que se debe condenar el rito de la Iglesia Romana, según el que se profieren en voz baja una parte del Canon, y las palabras de la consagración; o que la Misa debe celebrarse sólo en lengua vulgar, o que no se debe mezclar el agua con el vino en el cáliz que se ha de ofrecer, porque esto es contra la institución de Cristo; sea excomulgado.
Estos tres Cánones de Trento nos deben dar mucho que pensar. La iglesia responde a una tradición, es imposible ser católico y no tradicionalista. No podemos hacer religiones por temporada según el clima social político. Como decía el gran católico inglés, Gilbert K. Chesterton: “llegará el día en que será preciso desenvainar una espada para afirmar que el pasto es verde”. Este día ha llegado. Lo sagrado de ayer ya no lo es tanto, o queda a criterios, discusiones pastorales, o sinodales.
En esta implosión, advertida en la Encíclica Pascendi por el santo Padre Pío X, hemos visto perplejos como se retiraron los altares de los templos, que resguardaban reliquias de santos, para reemplazarlos por mesas. El Sagrario, que siempre tuvo el puesto de mayor honor, fue desplazado a esquinas o incluso salas anexas. ¿Qué nos pasó, católicos? ¿Si San Agustín nos quisiera decir una sola palabra, cuál sería? Quizá por eso guarda silencio.
Los católicos “nuevos”, que comparten de tan buena gana con quienes ponen su fe en el error, ya se “olvidaron” de San José, de Juan Bautista y del arcángel San Miguel que nos defiende en el Buen Combate. Pero claro, si ya no hay combate para qué molestar al pobre San Miguel. Casi cuesta creer que los adolescentes no le conocen ni de nombre, para lamento del Papa León XIII que instituyó su oración al final de la Misa. Cuando vemos a tanta gente que no se arrodilla frente a la Consagración tenemos una grave advertencia. Porque en los detalles se manifiesta el verdadero amor, como por ejemplo en que un seglar no debe tomar los vasos sagrados o entregar la comunión como quien reparte galletitas.
En Estados Unidos, últimamente, se han hecho estadísticas y revelaron que el 70% de los católicos gringos no creen en la presencia real de Nuestro Señor en la hostia. Mejor ni hacer un símil en Chile.
Pongamos la confianza en Dios, en el Misterio de Nuestra Fe, y en el Padrenuestro que pide al Altísimo que perdone nuestras deudas (ahora curiosamente ofensas). Cómo debemos añorar volver a tener la tenacidad y entrega de los católicos que en Flandes arengaban con estas palabras la lucha contra los herejes: “Por España y el que quiera defenderla, honrado muera. Y el que traidor la abandone, no tenga quien le perdone, ni en tierra santa cobijo, ni una cruz en sus despojos, ni las manos de un buen hijo para cerrarle los ojos.”
De este modo, podemos advertir que una de las tretas de los enemigos de la fe fue cambiar la Misa que fortalecía tanto a los católicos de antaño. Año a año han ido restando devoción a la Eucaristía, por lo que hoy no es raro ver a filas enormes que comulgan en pecado, pues “olvidaron” los mandatos de hacerlo en Gracia (confesados) y ni hablar del ayuno.
En tal estado de circunstancia, es necesario recordar lo que advierte San Pablo en 1 Corintios 11:29. “Pues el que sin discernir come y bebe el cuerpo del Señor, se come y bebe su propia condenación”. Qué categórico. Tal vez, algunos digan que hacía falta que lo escribiera en mayúsculas, o que ya pasó de moda como dicen los más osados modernistas. Además, este tipo de sentencias no se remite sólo a los Evangelios, sino también a los mandatos de la iglesia. Dejo algunos ejemplos, con respecto a la Comunión en la mano que hoy en día es casi una imposición dogmática…
“Excomúlguese a cualquiera que ose recibir la Sagrada Comunión en la mano”. Concilio de Zaragoza (año 380).
“Prohíbase a los creyentes tomar la Sagrada Hostia en sus manos, excomulgando a los transgresores”. Sexto Concilio Ecuménico en Constantinopla (años 680-681)
“El hecho de que sólo el sacerdote da la sagrada Comunión con sus manos consagradas es una Tradición Apostólica”. Concilio de Trento: (años 1545-1563)
Qué falta de sacrificio lamentamos hoy, tras décadas de relativismo sentimentalista. Qué drama estúpido vemos entre los que adolecen no poder comer carne el viernes de Semana Santa, en contrario a los que lo hacen todos los viernes del año como mandaba la Iglesia en mejores momentos. Sin sacrificios, ayunos, y obras de caridad cómo tomaremos la cruz para aspirar a la santidad. Qué asco o repelencia le hemos tomado al rigor espiritual, como también a las advertencias de castigos que nos ha dejado Nuestra Madre del cielo. Ya nadie quiere escuchar de los pesares de las benditas almas del Purgatorio, y nos “olvidamos” que María Santísima en Fátima les presentó el infierno a los pastorcitos.
Recuperemos la Santa Misa tradicional que alzó a tantos santos a los altares. Así mismo, volvamos a oír los consejos de nuestros mayores que vienen enraizados a la tradición. Todos hemos oído: “El que guarda para el otro día en Dios desconfía”; “A quien madruga Dios le ayuda” o “Dios castiga, pero no a palos”. Dejemos de inadvertir estos mensajes del cielo que tanto sufre por nuestra soberbia.
Cuánto nos ama Dios, y qué poco le damos. Apenas se nos exige una Misa de una hora semanal y cuánto tiempo le damos a las redes sociales o los partidos de fútbol. Hay que conocer la Misa para poder amarla. Hay cientos de videos y misales bilingües que nos pueden servir para aquello. Cuando la conozcamos y amemos, ya no consentiremos los abusos como bailar cueca en el templo, o usar guitarras en tonos festivos ante el santo sacrificio. Todo requiere de un pequeño esfuerzo, y cuando estemos extenuados pensemos en Cristo cargando la cruz por nuestros pecados.