Algunos lo vimos con nuestros propios ojos, a otros se lo habrán contado sus padres, a otros sus abuelos. Otros se habrán informado por la escritura que la historia ha hecho del hecho. En fin, no importaría tanto la forma como se enteraron, sino que lo más importante es que lo supieron.
Hacen unos buenos (o malos) años, en plena dictadura cívico-militar, cuando muchos ciudadanos tenían una actitud venial con el dictador, ya fuese por avenencia, ya fuese por interés, o ya fuese principalmente por miedo, y millones vivíamos en el silencio, en los escondites, y con la incertidumbre a cuestas; en un programa de la televisión chilena un hombre por primera vez se atrevía a indicar “con el dedo e increpar al dictador”.
Sin duda fue noticia mundial. En los pasillos más apartados, y en silencio, se comentaba y se alababa el episodio. Parecía ser que una pequeña luz aparecía en el lejano horizonte, y que podría ser indicativa del inicio de un largo camino hacia la libertad. El hombre se debe haber ganado muchos problemas, de hecho, así fue y también muchos enemigos, así también fue (muchos de ellos viven aún); pero sin duda lo que más ganó fue “un silencioso respaldo ciudadano, principalmente en las capas medias y bajas de nuestra sociedad”.
El impulso en la literatura política y social del tiempo fue notable, llegó la admiración, el respeto, el cariño y principalmente el agradecimiento del pueblo. Porque enfrentarse a un dictador, y más aún con las características que tuvo el chileno, no era cosa fácil. Por el contrario, era un incentivo para la persecución, el miedo, y hasta la muerte.
En adelante se multiplicaron las luchas sociales en sus más diversas formas. La clandestinidad fue el espacio más triste, peligroso y oscuro. El exilio la práctica más fácil para deshacerse de aquellos que pensaron distinto, pertenecientes a agrupaciones políticas y movimientos sociales principalmente ubicados en el espectro socialdemócrata, centro izquierda e izquierda. También cayeron en ese rango muchos que nunca tuvieron militancia política, ni siquiera cercanía con estas doctrinas; como campesinos, obreros, y dirigentes sociales, profesores, y un amplio espectro de funcionarios públicos.
Por eso hubo tanto reconocimiento y agradecimiento, a quienes se atrevieron a manifestarse, principalmente a quien levantó el dedo para apuntar al dictador, como ya hemos dicho.
Posteriormente, se pone llave a cientos de candados en un documento público, nacional y máximo, encargada su redacción a una comisión y como figura principal un personaje de la derecha política (como todos los comisionados). Tal es la constitución de 1980, observada, cuestionada y condenada por la izquierda, centro izquierda y demás organizaciones democráticas. Todas corrientes mayoritariamente contrarias a los principios articulados en la constitución ya mencionada.
Amén de lo anterior, posteriormente, allá por el 1990 (posterior al plebiscito de 1988), regresa al país la “democracia” tan esperada, trabajada, sufrida y esperanzada por el “pueblo.” Duros cerrojos en la constitución, fue siempre la explicación como la problemática de no poder avanzar más rápido en los cambios sociales y otras materias principales, lo dijeron Aylwin, Frei, Lagos y Bachelet. Lo que se entendía que la constitución, como estaba, era un duro escollo para avanzar. Los énfasis en lo negativo que contenía la actual constitución eran generales y continuos. A estas alturas “eran millones de dedos apuntando a la necesidad de tener una nueva constitución”, y además millones de voluntades que decidirían quien o quienes deberían redactarla. El pueblo decidió, serían los Convencionales quienes tendrían esa tarea.
Sorpresivamente, otra vez, aparece el “dedo apuntando nuevamente”. Pero esta vez produce desconcierto y un poco de tristeza. No Aprueba ni Rechaza el texto constitucional propuesto a la ciudadanía para votarlo el cuatro (4) de septiembre. Pero tiene claro que, de no aprobarse, sigue rigiendo la constitución que en otro momento observó, criticó y en parte reformó, manifestando que debía extinguirse. Por primera vez queda la sensación que el expresidente se ubica en la ambigüedad, más que en las certezas que históricamente nos tuvo acostumbrados.
Hoy la derecha política no tiene pudor en destacar su figura y aplaudirlo; ahí está la incertidumbre, la preocupación y el peligro.
Germán Muñoz Castillo - Profesor