En estos días estamos expuestos por la TV, los medios de comunicación y las redes sociales a la violencia de la guerra. Otras veces es por un femicidio, como lo fue en el caso de Ámbar Cornejo en 2020, o de un crimen por encargo como se está haciendo frecuente en Chile. Estos, son casos de alta relevancia pública, pero la violencia que millones de personas viven a diario continúa invisibilizada.
La violencia, cualquiera sea su causa, afecta gravemente a las víctimas deteriorando su capacidad para vivir una vida plena y encontrar la felicidad. Algunos observan la violencia desde una cómoda distancia y, de manera cínica, justifican la violencia como una característica propia del ser humano. No es así. La violencia se puede prevenir y hacerlo es mejor que sufrir las consecuencias.
En la prevención de violencia, la escuela tiene una responsabilidad insustituible. Es en la escuela donde comienza el proceso de socialización más allá de la familia. Es en la escuela donde la cultura familiar expresada en conductas, valores, prejuicios y normas de convivencia se enfrenta a otras estructuras familiares. Cuando no se tienen herramientas para procesar dichas diferencias el resultado es una mala convivencia o violencia física y psicológica.
Existe el riesgo de que en la escuela, a través de docentes y directivos, no sean capaces de darse cuenta que ellos mismos transmiten una cultura de la violencia, porque ha estado absolutamente normalizada en sus vidas. La violencia contra la mujer o violencia de género es parte de una cultura que la normaliza y, por tanto, la invisibiliza.
En el trabajo de Fundación Semilla nos encontramos con declaraciones bien intencionadas de comunidades escolares que condenan la violencia contra la mujer, la violencia en el pololeo y la violencia de género, pero no saben cómo llevar esos principios a la práctica, pues, sin darse cuenta, están reproduciendo conductas que están absolutamente normalizadas.
Si bien hay muchos aspectos comunes en la prevención de la violencia de género, no es lo mismo que otras violencias, dependiendo de la cultura en que se esté inserto. No es lo mismo en la ruralidad que en la ciudad, o según la etnia, el país de origen o la religión que se profesa. Cada programa de prevención debe ser adaptado al medio en que se va a desarrollar para avanzar en soluciones.
Eso pasa con los programas elaborados por el Ministerio de Educación de Chile de manera centralizada y que no se hacen cargo de las particularidades de cada territorio y, más aún, están enfocados en estudiantes y no en la capacitación de las y los profesionales de la educación. Poco se obtiene en prevención de violencia a nivel estudiantil si el mundo adulto no cambia, pues no se trata solo de enseñar a través de textos, sino también a través del ejemplo diario.
Reducir la violencia es posible, pero no se logra de manera inmediata. Hacerlo, significa un beneficio para millones de personas y, sobre todo, para mujeres que la viven a diario y que ven truncadas sus vidas por sus victimarios. No hay duda de que prevenir todo tipo de violencia es mejor que sufrir sus consecuencias, pero depende de la voluntad política para que se haga realidad en todas las escuelas de Chile.
Marcelo Trivelli
www.fundacionsemilla.cl