1905 es el "Annus Mirabilis" (Año Maravilloso) de la Física, dado que en esos doce meses Albert Einstein publicó tres trabajos fundamentales; cada uno de los cuales, por separado, lo hacían merecedor del Premio Nobel.
Asimismo, el siglo XX es el de esta ciencia, considerada la obra de arte colectiva más importante en la historia de la Humanidad.
Efectivamente, una pléyade de brillantes científicos permitió que esta disciplina se desarrollara hasta tal punto que el resto de las demás ciencias y artes (pasando por la filosofía), no permanecieran al margen de su influjo.
Desde Hitler a Roosevelt, Stalin y Churchill, incluyendo a Gandhi y Luther King, Albert Einstein fue consagrado unánimemente como el Hombre del Siglo XX.
En tal contexto, cabe válidamente preguntarse cuál fue el aporte de Chile y de Iberoamérica al desarrollo de esta ciencia en el siglo pasado.
A grandes rasgos podemos decir que, por desgracia, dicho aporte fue nulo.
En efecto, desde el Río Grande al Polo Sur, la nota para todos los países iberoamericanos es igual de mala.
Nuestros países, que guardan tanta similitud en sus problemas sociales y de secular estancamiento, reprueban bochornosamente a la hora de ser evaluados en cuanto a la importancia que otorgan al desarrollo de la ciencia pura y el conocimiento aplicado.
Como corolario de lo afirmado, bástenos decir que Iberoamérica no le dio al mundo ningún Premio Nobel de Física en todo el siglo XX.
Incluso hasta el día de hoy, transcurridos ya veinte años del siglo XXI, Iberoamérica no tiene premios nobeles de Física.
¡Qué contraste más brutal con los 88 Premios Nobel de esta disciplina que tienen los Estados Unidos de Norteamérica, por ejemplo!
El 6 de Agosto de 1945 fue liberado por primera vez el aterrador poder oculto del átomo y dicho país se transformó por unos pocos años en la nación más poderosa de la Tierra.
La Física fue aquel aciago día, muerte y a la vez destructora de mundos, como dijera un atribulado (y quizás tardíamente arrepentido) Robert Oppenheimer, uno de los grandes cerebros detrás del desarrollo de la bomba.
En la actualidad, los científicos de muchos países buscan febrilmente la llave que abra la puerta que conduzca a la Humanidad a una Nueva Física.
Es así como China construye en su territorio un acelerador de partículas cuatro veces más grande que el de la Organización Europea para la Investigación Nuclear (CERN, por sus siglas en inglés), con sede en Suiza.
Tal como la Humanidad supo de los beneficios de los Rayos X, hasta el horror de las bombas atómicas en el siglo pasado, ¿nos hemos preguntado acaso cuáles serán los beneficios (y quizás los horrores) que nos esperan del otro lado del umbral de esta puerta?
Pero este Siglo XXI corre ante nuestros ojos y los paradigmas de la ciencia ya no son los mismos del siglo anterior.
Hoy hablamos de Inteligencia Artificial, Computación Cuántica, Nanotecnología, Robótica, Ingeniería Genética, que son las altas apuestas de las grandes potencias, las de siempre...
Y, por supuesto, la conquista del espacio.
Estas dos primeras décadas del siglo XXI nos están indicando que nuestros gobernantes siguen sin advertir en absoluto la decisiva importancia que tiene la correlación directa entre nuestro sempiterno subdesarrollo y nuestra inexcusable incapacidad de generar conocimiento.
Esto, más que preocupante, es alarmante y a la vez indignante.
Ignorar los nuevos paradigmas en que se fundamentan las revoluciones científicas, no es gratis; hoy menos que nunca.
Tal conducta omisiva de nuestros gobernantes es el seguro augurio de que Iberoamérica continuará nuevamente por el camino que la ha atado a la servidumbre y la dependencia.
Desde la dilatación del tiempo en el reloj deformado de Dalí hasta la incertidumbre cuántica del Ulises de Joyce, el siglo XX nos enseñó que arte, filosofía y ciencia son sólo particiones o tomos de un escrito mayor, y que todas las naciones de la Tierra están llamadas a ser protagonistas en la aventura excitante del conocimiento.
Esta tarea no puede ser exclusividad de unos pocos países; Iberoamérica debe reconocer que mantiene en este sentido una cuantiosa deuda con la Humanidad toda.
No se trata de riquezas materiales ni de poder político, sino de trabajar unidos, buscando una salida racional al laberinto en que nos encontramos.
Los graves problemas que aquejan al mundo pueden ser en verdad simples y de fácil solución; más aún con las nuevas herramientas que nos proporcionan los actuales conocimientos científicos.
Si afrontamos con decisión y optimismo este magnífico desafío, entonces lo mejor nos vendrá dado por añadidura: encontrar por fin, a través del cultivo paciente de estas nuevas ciencias, el camino hacia la paz, la libertad y prosperidad de todos los seres humanos y la salvaguarda de nuestro medio ambiente.
¡No tardemos más y abracemos AHORA el desarrollo de la ciencia!
DARWIN VEGA VIDAL
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Ingeniero Civil Eléctr.
Universidad de Chile
Centro de Estudios Avanzados de San Fernando.
Agosto de 2020.